CARLOS SORIANO CIENFUEGOS
De acuerdo con la tradición, un rey legendario llamado Rómulo trazó en el Palatino, sirviéndose de un arado, los confines de una nueva ciudad el 21 de abril del 753 a.C. Así lo testimonian las fuentes, como se lee en Livio y Varrón, pero el debate sobre los orígenes de Roma continúa hasta nuestros días…
Podría decirse que los historiadores modernos tienen por regla la descalificación de las crónicas de la época, mientras que los arqueólogos -basados en numerosos descubrimientos- han confirmado algunos datos transmitidos por la Anigüedad clásica: el primero de ellos, que al parecer hacia mediados del s. VIII a. C., efectivamente tuvo lugar un acontecimiento que cambió la configuración del asentamiento preexistente de la zona (de por lo menos seis siglos anteriores, en plena Edad de Bronce), al trazar caminos y consagrarlo a los dioses, es decir, reputarlo sagrado. En efecto, los restos encontrados de aquella primera fortificación en el Palatino se remontan a aquellos años, coincidentes con el propuesto por la tradición.
Fue entonces -confirman los hallazgos arqueológicos- que se registró la creación de espacios destinados al rey junto con un santuario de Vesta, la demarcación de un lugar para las asambleas populares -comicios-, así como el primer santuario cívico ubicado en el Capitolio. Posteriormente, a finales del mismo s. VIII tuvo lugar la primera pavimentación del foro. Lugar y período temporal (aunque no fecha precisa, naturalmente) coinciden, por tanto, con la leyenda.
Rómulo, o quienquiera que fuese aquel fundador, descendería de una dinastía latina asentada en el Lacio, es decir, de un pueblo indoeuropeo que, según la tradición, habría formado pequeñas villas o aldeas en la vertiente tirrénica de la península itálica ya hacia la segunda mitad del II milenio a. C. Junto con los latinos estarían también presentes -quizás originariamente en el Capitolio y en el Quirinal, tal vez con posterioridad en el Esquilino- los sabinos, que desde épocas tempranas se vincularían a Roma, así como los etruscos, que asumirían un papel decisivo en la historia de la civitas desde fines del s. VII, en la última fase de la monarquía.
Sean cuales fueren los orígenes de aquella ciudad, su legado para la historia mundial es indiscutible, de suerte que bien se comprende haber sido tenida por ‘eterna’ ya por sus propios poetas, y más que lamentarnos por la incertidumbre en torno a su fundación, podríamos tomar en préstamo las palabras de aquel gigante de las letras renacentistas y decir con él, “Si Roma conociera sus orígenes, volvería a ser Roma”.
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